Sin desmerecer a otras opciones, el escritorio Linux ha tenido y tiene principalmente dos caras: GNOME y KDE Plasma, que a día de hoy siguen siendo las opciones más populares con diferencia. Durante el transcurso de las décadas hemos visto cómo los defensores de uno y otro se han enzarzado en infinitos debates a lo largo y ancho de Internet, pero a día de hoy esta discusión no tiene mucho sentido, o al menos no lo tiene en los términos que se vieron en las épocas de GNOME 2, KDE 3 y Plasma 4.
En la época de GNOME 2, tanto este escritorio como KDE seguían en esencia el paradigma de Windows. Es cierto que en GNOME los elementos se repartían por lo general en dos barras, con una superior y otra inferior, pero en el fondo no había nada que no fuera familiar para los usuarios de Windows, salvo posiblemente los escritorios virtuales o espacios de trabajo. En KDE, por su parte, prácticamente imitaban la disposición de los elementos que uno ve en Windows y a día de hoy sigue siendo así. Nada que reprochar aquí, sobre todo viendo que el escritorio Linux es un producto que ha tendido a llegar tarde a todo y por ende se ha visto obligado a adaptarse a lo establecido.
Los debates entre GNOME y KDE surgieron en un principio debido al uso de Qt por parte del segundo, ya que este framework era un principio privativo y luego apareció una variante publicada bajo una licencia, QPL, que cumplía con los principios del software libre, pero de forma que era incompatible con la GPL. La licencia QPL se mantuvo hasta la versión cuatro de Qt, a partir de la cual la variante libre empezó a usar la GPL.
Con el tema de la licencia superado, el debate entre GNOME y KDE se centró más en las propuestas de cada uno de los escritorios (esto ya estaba, pero también había otras cosas en medio). Los defensores de GNOME elogiaban su diseño más simple y accesible y su menor uso de recursos, mientras que los de KDE esgrimían como argumento las amplias posibilidades de personalización y el hecho de ser una tecnología más poderosa.
En aquella época había una faceta en la que KDE barría a GNOME, el de las aplicaciones, donde las propuestas de la primera solían ser superiores a sus contrapartes procedentes de la segunda, sobre todo en lo que respecta a la multimedia. De hecho, en mis inicios con Linux tenía un escritorio GNOME plagado de aplicaciones de KDE, de las que recuerdo con cariño aquel Amarok 1.4.
Sin embargo, el debate en torno a GNOME y KDE dio un giro de 180 grados con la aparición de GNOME 3, esa versión que supuso un cambio total de paradigma y en el flujo de uso. A pesar de que han pasado trece años y de que el flujo de los espacios de trabajo ha pasado de vertical a horizontal en GNOME 40, a día de hoy la propuesta de este escritorio sigue siendo uno de los temas que más polarizan a los usuarios de Linux.
El cambio de paradigma de GNOME 3 trajo un alejamiento de la disposición de Windows, acercándose a algo más convergente entre escritorio y tablet y que en ciertos aspectos parece inspirado en macOS. Esto ha hecho que las comparativas con KDE Plasma sean más difíciles debido a que ahora nos encontramos con dos productos muy diferentes, así que, en cierto modo y exagerando un poco, es como comparar Fortnite y Tetris. Ambos son videojuegos, pero más allá de eso y algunos aspectos tecnológicos muy básicos no tienen nada en común.
GNOME 40 y KDE Plasma son dos escritorios para Linux (y otros sistemas tipo Unix), pero desde hace tiempo son productos muy distintos que apuntan a públicos y gustos diferentes. Desde mi punto de vista, hacer una comparativa directa no tiene demasiado sentido, pero eso mismo hace que en la actualidad las dos opciones sean más necesarias que nunca.
Debido a que tienen claramente más músculo que sus rivales, GNOME y KDE Plasma seguirán siendo las principales caras del escritorio Linux en el futuro. El primero tiene que seguir puliendo su paradigma y mejorando su desempeño, mientras que el segundo tiene un importante desafío por delante a la hora de cumplir las expectativas que ha generado con su próxima versión mayor, la cual, aparte de tener un arranque al menos relativamente bueno, debe asentar a Wayland definitivamente en Kwin.
Ya sea con GNOME o KDE Plasma, sería muy difícil concebir el escritorio Linux sin una de sus dos grandes caras.
Fuente: muylinux