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Durante mis años de experiencia docente universitaria he tomado parte junto con muchos otros en la formación de numerosos maestros de escuela para que lleguen a ser buenos profesionales en el futuro.

En ese proceso tratamos de enseñarles las nuevas metodologías didácticas de enseñanza y aprendizaje. No solo eso, sino que también las llevamos a la práctica dentro de nuestras aulas.

Por ello, les instamos a organizar el trabajo en grupos de forma colaborativa, les animamos a descubrir los conceptos por sí mismos, a pensar de manera crítica a la hora de buscar respuestas, a construir el conocimiento en medio de la interacción social y a compartir los logros alcanzados en una tarea que nunca se acaba por completo. Se considera que el todo es más que la suma de las partes.

Sin embargo, cada vez que miro a mi alrededor constato que esa filosofía colaborativa, crítica, basada en la construcción social y compartida del conocimiento se acaba súbitamente cuando se trata de desplegar las nuevas herramientas tecnológicas de la información y la comunicación. Así, observo que mis compañeros de forma muy generalizada se decantan por el uso de sistemas operativos de la marca comercial A o de la marca comercial B, del mismo modo que sucede con sus aplicaciones afines. Me llama poderosamente la atención la desconexión que existe en este punto con los instrumentos basados en software libre y de código abierto, los cuales se desarrollan en el seno de procesos emprendidos por grandes comunidades de trabajo colaborativo, que plantean una alternativa crítica a otros posicionamientos, cuya labor se halla sometida a una revisión constante guiada por una tendencia a mejorar que se autoperpetúa.

Por esto, desde nuestra humilde opinión, se considera que por coherencia didáctica, así como por los valores que se desprenden, deberíamos educar y enseñar empleando software libre y de código abierto.

 

Fuente: lignux

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