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El término “Conocimiento Libre” ha estado en la discusión desde hace ya varios años al punto que en los actuales momentos nos encontramos en la discusión de un proyecto de “Ley de Conocimiento Libre” en la Asamblea Nacional venezolana. Empero, creo necesario que antes de entrar en los detalles de la ley, es necesario que dediquemos unos momentos a girar en torno al sentido del término “conocimiento libre” no vaya a ser que nos erremos el objetivo y hasta nos perdamos en alguna tangente.

Cuando hablamos de “conocimiento libre” con cierta frecuencia lo entendemos como una extensión de las famosas cuatro libertades del “software libre”1. Es decir, entendemos que el “conocimiento libre” es aquel al cual podemos acceder a sus fuentes libremente, distribuirlo sin restricciones y modificarlo sin otra limitación que no sea que las mejoras realizadas sean consideradas también “conocimiento libre”2. No obstante, como bien lo expresan los autores del blog “Conocimiento Libre (o lo que está detrás del Software Libre)”3 “e sta definición surge de la ingenua extensión de la idea de software libre. Sin embargo, el conocimiento no es un producto ni una mercancía, y su existencia social escapa a la aplicación de las cuatro libertades”.

Ahora bien, para entender mejor este asunto es importante recordar el tiempo histórico en el que aparece el epíteto “libre” calificando al software y luego al conocimiento. El movimiento de “software libre” surge a mediados de la década de los ochenta como una reacción antiprivatización. Hasta ese momento el software era creado, compartido y modificado sin problemas entre los desarrolladores tanto de las empresas privadas como de las universidades. Sin embargo, en los ochenta, la onda neoliberal desplaza la economía y convierte en mercancía a esos bienes intangibles como el software. Es así como en esa década se hace negocio vender software como producto terminado y así se privatiza y se prohíben aquellos intercambios de los desarrolladores para poder distribuir y modificar el software e incluso para revisar el código fuente de los mismos. El movimiento de software libre aparece en reacción ante esta privatización y en procura de mantener el software como un bien colectivo.

Este movimiento de reacción en el ámbito del software debe entenderse en el marco de un movimiento más global de reacción y defensa del conocimiento como un bien colectivo. La ciencia moderna se sustenta en la posibilidad de que todo conocimiento es publicado para que pueda ser revisado, aprehendido, replicado y mejorado por los pares. A partir de esta necesidad por “hacer público” es posible para el investigador ganar “prestigio” dentro de la comunidad científica. En ello se sustentó y fue posible el majestuoso crecimiento de la ciencia moderna con el progreso tecnológico que ella condujo y que posibilitó la era tecnológica en la que vivimos.

Sin embargo, en la década de los ochenta el desplazamiento que llevó a la privatización de los bienes intangibles cambió de fondo la tradición científica. En aquellos tiempos la hegemonía industrial estadounidense, alcanzada gracias al triunfo aliado durante la Segunda Guerra Mundial, estaba siendo amenazada por Japón y Alemania. Europa, además, se encontraba en franco proceso de unificación política y económica lo cual se manifestaba también como una posible amenaza competitiva ante las corporaciones estadounidenses. La respuesta de la Administración Reagan del momento era fácil de prever: mecanismos de fortalecimiento de la iniciativa privada en tiempos de hegemonía neoliberal. Fue así como en 1980 se aprobaron una serie de enmiendas a la Ley Bayh-Dole sobre patentes y marcas que buscaba promover la cooperación entre empresas comerciales y organizaciones sin fines de lucro. Lander(2005) nos expresa bien el asunto:

“...Se autorizó a las universidades, por primera vez, a patentar y comercializar los productos de las investigaciones realizadas parcial o totalmente con financiamiento federal. Antes de esta ley, los resultados de la investigación financiada por el Estado permanecían como propiedad del Estado, o pasaban a dominio público, otorgándose licencias no exclusivas a quienes quisiesen utilizarlos... En las siguientes décadas, sucesivas enmiendas y nuevas leyes fueron ampliando la cobertura de estas normas... Mediante el Federal Technology Transfer Act de 1986, se autorizó la comercialización de descubrimientos realizados en laboratorios federales y la participación de científicos de estos laboratorios en el lucro de las empresas que hiciesen uso de estos descubrimientos.” 4

En este momento tiene lugar también un desplazamiento sin antecedentes. En 1980, la Corte Suprema de los Estados Unidos de América otorgó una patente sobre una bacteria genéticamente modificada y afirmó que la bacteria en cuestión era una “manufactura”. Con esta decisión se marcaba un hito fundamental por dos asuntos: se establecía la posibilidad de patentar formas de vida y se borraba la distinción entre “descubrimiento” e “invención”.

A partir de acá tiene lugar un cambio completo en asuntos relacionados con la ética científica. Tanto los científicos como las universidades y centros de investigación empezaron a tener intereses monetarios directos en el éxito de ciertos productos. Se ha llegado al punto en los últimos años que tanto los científicos como las universidades que logran mayor prestigio son aquellos que tienen relaciones más estrechas con las empresas farmacéuticas o de biotecnología.

No se trata de un problema de nostalgia se trata de problemas serios que atentan contra la búsqueda de la verdad que le sirve de origen a la universidad. Ya diversos estudios revelan sesgos en favor de las farmacéuticas que patrocinan las investigaciones. Incluso, en los contratos que firman entre las universidades y las empresas, se acuerdan clausulas de confidencialidad que les impide revelar información en el caso de que los resultados sean adversos a la empresa.

Ha sido así como las farmacéuticas y empresas biotecnológicas han terminado definiendo qué se investiga, cómo se investiga y qué resultados se publican. Esto se hace más patente con la evidente transformación que han venido sufriendo las revistas científicas de publicación las cuales tienden a ser, cada vez más, revistas de mercadeo de las empresas. Las revistas dependen para su funcionamiento de los ingresos percibidos por las empresas que las patrocinan. Existen agencias de escritura médico-científicas que escriben artículos favorables a ciertos productos y que luego son firmados por científicos de prestigio tras algún tipo de pago. En los congresos y reuniones científicas también ocurre lo mismo convirtiéndose éstas cada vez más en ferias de publicidad de productos. De acuerdo con la organización “Médicos sin fronteras”:

“...los estudios publicados en revistas científicas como Nature y The New England Journal of Medicine... están, cada vez más, diseñados, controlados, e incluso escritos por los departamentos de mercadeo, más que por científicos académicos” (citado por Lander, 2005; p. 46).

Como sería de esperar este desdibujamiento entre las fronteras del ámbito público y privado que hemos podido ver entre las empresas farmacéuticas y las universidades ocurre igualmente con las organizaciones gubernamentales encargadas de la regulación. En el caso de los Estados Unidos de América unas agencias regulatorias menguadas de recursos y con regímenes legales cada vez más laxos aprueban el uso de drogas que no han cumplido con pruebas suficientes para garantizar su efectividad. En este mismo sentido, a través de acuerdos internacionales (principalmente de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y la Organización Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI)) se limitan o prohíben el uso de medicamentos genéricos en todo el mundo y se facilitan el mantenimiento de altos precios en medicamentos.

Hemos asumido el compromiso de combatir este sistema. Lander (2005) nos dice que “la ciencia neoliberal se ha convertido en una amenaza extraordinaria a la vida”. Es cierto, y nuestra lealtad patria por luchar por la preservación del planeta desde la Venezuela nuestra, la Venezuela de todos, nos exige luchar por nuestro legado.

Una leyenda de los movimientos del Conocimiento y del Software Libre dice que antes de este período actual de privatización de los bienes intangibles el conocimiento había sido siempre libre. Pues, eso no es cierto, y para ser más claros eso es completamente falso. ¿Acaso podemos creer que el conocimiento era libre cuando Bolívar decía frases como “uncido el pueblo americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio, no hemos podido adquirir ni saber, ni poder, ni virtud” o “moral y luces son los polos de una República, moral y luces son nuestras primeras necesidades” o “por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza”? No, la revolución independentista de hace doscientos años se origina desde la necesidad de liberar el acceso, la producción y la distribución de conocimiento. “Después de aliviar a los que aún sufren por la guerra, nada puede interesarme más que la propagación de las ciencias” decía Bolívar en carta dirigida al Rector de la Universidad de Caracas. Esa lucha no ha terminado, se ha repotenciado.

“Esto de la propiedad intelectual no es más que una trampa, de los países, que bueno, se desarrollaron, y ahora, ¡esto es mío!, es la expresión del egoísmo capitalista. El conocimiento no puede ser privatizado. El conocimiento es universal como la luz del sol. Nadie puede decir esta luz del sol es mía, yo la guardo aquí, o como el viento, como el agua de los ríos.”

Hugo Chávez Frías

Discurso de La Sociedad del Talento

Mérida, Venezuela. 10 de Noviembre de 2006

1http://es.wikipedia.org/wiki/Software_libre#Libertades_del_software_libre

2Este sentido del “conocimiento libre” es el que aún se encuentra presente en la escritura colectiva realizada en la Wikipedia para la fecha (18 de Noviembre de 2014). http://es.wikipedia.org/wiki/Conocimiento_libre

3http://conocimientolibre.wordpress.com/sobre-conocimiento-libre/

4Lander, E. (2005). La Ciencia Neoliberal. Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales. Mayo-agosto, año/vol 11, número 002.

“ Compartir no es inmoral: es un imperativo moral” Aaron Swartz

> Manifiesto de la Guerrilla por el Acceso Abierto Eremo, Italia. Julio, 2008

 

Fuente: Rebelion | somoslibres

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