windows7

Windows 7 se acerca a su fin, y al igual que sucedió con Windows XP, el éxito del que ha gozado y goza esta versión del sistema operativo de Microsoft hace que su relevo en el margen deseable se prevea difícil. Por inercia, a medida que pase el tiempo más gente irá dejándolo atrás, pero no cuando sería lo suyo. El problema que esto supone es, como os imagináis, la seguridad, ya que sin soporte oficial y parches que cierren las vulnerabilidades que van apareciendo, el sistema tardará poco en convertirse en un coladero.

Para que os hagáis una idea, Windows XP se despidió en 2014 con una cuota de uso mundial estimada del 27%… y no ha sido hasta 2018 e incluso 2019 cuando grandes aplicaciones como Firefox o Steam le han retirado el soporte. Aun así, seguro que conocéis sitios donde lo siguen usando, y no me refiero a particulares. Sin ir más lejos, en la sanidad pública española es común ver a equipos que lo mantienen en uso, por irreal (datos médicos, ransomware) que parezca y vergonzante que sea.

Desafortunadamente, se espera que suceda lo mismo con Windows 7. La cuestión que me planteo es, ¿cuál es la mejor alternativa a Windows 7? La respuesta obvia es… Linux, ¡por supuesto! Sin embargo, la realidad apunta en otra dirección: Windows 10. Y como resulta que hace poco tuve la oportunidad de actualizar un equipo de Windows 7 a Windows 10 –reinstalé de cero, pero para que nos entendamos-, es algo en lo que puedo aportar mi pequeña experiencia.

El equipo era un portátil de gama media baja con unos cinco o seis años de antigüedad, un CPU y gráfica integrada mediocres, 4 GB de RAM, disco mecánico…; se compró con Windows 7 preinstalado y así llevaba desde entonces, con mil actualizaciones encima y alguna que otra basurilla corriendo en segundo plano. Sin embargo, una vez hecha la limpieza de turno, iba bien dentro de lo razonable para sus características. Así que se lo devuelvo a su propietario, un allegado mío, y con esta cara me pide si le puedo instalar el Windows 10.

Como comprenderéis, no me pude negar e hice la excepción. Descargué Windows 10 October Update -avisado estaba, yo me lavo las manos- de la página oficial y lo instalé, con la advertencia de que no estaba dispuesto a piratear nada. No hizo falta: una licencia de Windows 10 Professional cuesta unos 160 euros, pero en Amazon o eBay las puedes encontrar por 5 o 1,99 euros… y Microsoft no tiene ningún problema con ello.

Dicho de otra forma, el precio no es obstáculo para realizar la actualización, aun cuando Microsoft la ha estado regalando hasta hace poco. Preferir bajarse un crack o similar antes que pagar 5 euros es de tener poca cabeza, si la pérdida de seguridad es lo que le mueve a uno a actualizar de Windows 7 a Windows 10. Las otras tres excusas que se me ocurren para evitar la actualización serían rendimiento, retrocompatibilidad y gustos personales.

Por ejemplo, si dependes de una aplicación que no funcione en Windows 10, la actualización se dificulta; o si por lo que sea no tragas con la recargadísima interfaz de Windows 10 (el gestor de archivos es un manicomio), también pueden haber reticencias. Pero no creo que estas dos sean razones muy extendidas. Por el contrario, el tema del rendimiento sí se padece. Había leído por ahí que Windows 10 era comedido en comparación con Windows 7, pero no es cierto. En el mismo equipo, después de actualizaciones, retoques y demás, la diferencia de rendimiento es patente. Tan patente que lo que era aceptable se transforme en sufrido.

¿Y qué hay de Linux? Ahora vamos con Linux. Y es que este artículo trata de cuál es la mejor alternativa a Windows 7, y aunque en muchos aspectos Windows 10 será el candidato idóneo, en otros tantos Linux presenta ventajas importantes. Siguiendo con la historia del portátil de marras, el rendimiento era tan pésimo -en torno a un minuto para arrancar, medio para cargar el escritorio, otro medio más para abrir LibreOffice…- que la solución por la que optamos tras varias pruebas fue… instalar Linux, claro.

Si Windows 7 iba bien y Windows 10 se arrastraba, Kubuntu 18.04 LTS iba muy bien, sorprendentemente fluido. Tuve que tirar de Wine para instalar una aplicación imprescindible para esta persona, pero se resolvió con éxito y Linux it is. De manera que, sí, en equipos en los que Windows 7 va justo, casi cualquier distribución Linux va a hacer un mejor papel que Windows 10. Es una ventaja destacable y, de hecho, podría haber instalado algo más ligero, pero no fue necesario.

¿Qué otras ventajas tiene Linux frente a Windows? Más seguridad, más privacidad, más sencillez -más sencillez, sí: hay quien se queja de la cantidad de opciones de KDE Plasma, pero el centro de control de Windows da escalofríos-… Y si no surge ningún contratiempo a causa de aplicaciones, juegos o periféricos que impidan dar el salto, el trámite está al alcance de cualquiera que sepa leer, que no es mucho pedir. O quizás sí lo sea, y no va a malas.

Porque la mayoría de gente que aún no ha actualizado a Windows 10 desde Windows 7 y ni se ha planteado el hacerlo, es esa que no tiene ni idea de ordenadores o de seguridad informática y que seguirá usando lo mismo hasta que el ordenador o sistema le reviente. Una pena, porque el escritorio Linux es una gran alternativa para el usuario medio de PC, ese que tira de navegador web para casi todo y que como mucho necesitará una suite ofimática puntualmente.

¿A qué viene todo esto? A que, con vistas al adiós de Windows 7, nuestros compañeros de MC han publicado un especial con 7 distribuciones Linux alternativas a Windows 7 que tal vez no os entusiasme porque os las sabéis todas, pero que va dirigido a un público más general con muy buen tino.

Ese artículo y la coincidencia con la recientísima experiencia que os acabo de contar es lo que me ha motivado a, con otras palabras, volver a reivindicar a Linux como una alternativa a Windows. No para todo el mundo ni en todos los casos; pero sí para mucha gente y en muchos casos. La pena es, como digo, que esa gente a la que podría servirle, lo desconoce.

 

Fuente: muylinux

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